El extranjero
Habita
en estas gentes un humor de suerte cambiante, retraído, reservado,
con algunos rasgos de desconfianza esquiva. No deja la belleza de ser
belleza, simplemente dejamos de verla, la miramos pero ya no la
vemos, ya sea por hastío, costumbre o cansancio. A mí que he
decidido ser el extranjero, me maravilla cada roca, cada puesta de
sol , los colores cambiantes del atardecer y la inmensidad azul del
mar que a veces permanece inmóvil y otras se agita en convulsos
temporales, en los que el azul y el blanco batallan sin darse tregua.
Lo que he decidido que para mí sea nuevo, para ellos es costumbre y
esa costumbre, negada a renovarse, mata, aniquila silenciosamente la
capacidad de disfrutar con la simple contemplación.
No
pide la belleza ser cuestionada, habita en la ausencia de dualidad,
cuando no se hace necesario decidir entre el si o el no, el perdón o
la venganza, el amor o el odio, la aceptación o el juicio. Cuando
paseo por estas calles estrechas y acogedoras, que a veces parecen
querer abrazarte, llegan también a mis oídos cuchicheos de vecinos,
envidias vespertinas temores disfrazados de orgullo, pero yo soy el
extranjero y aunque no me salvo de sus juicios todos se resumen en
uno: extranjero, forastero, ajeno en cierta medida a su cotidiana
rutina de inspeccionar los caminos que han ido tomando los lugareños.
El que se marchó para luego volver, el que nunca regresó, el que se
enriqueció, aquel que sigue igual de pobre, el loco y el supuesto
cuerdo. Los que siguieron el camino trazado y aquellos que se
atrevieron a buscar algo diferente, el triunfo siempre supuesto y el
fracaso.
No
es la realidad única ni dual, si intentamos visionarla a vista de
pájaro resulta poliédrica. Por este y otros motivos que no vienen
al caso decidí ser el extranjero, aunque sea de este lugar tanto
como ellos. También nací en esta tierra, aunque el paso de los de
los años y el desuso del encuentro me han convertido en ajeno para
sus ojos. Mejor así, de ningún lugar y de todos al mismo tiempo.
Begoña R.Joya
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