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Mostrando entradas de noviembre, 2017

Homenaje a Laurie Lee

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                                                                                     Laurie Lee Recalaron tus pies de caminante, un día en estas tierras del sur. Saqueadas y hambrientas, mancilladas y olvidadas tras su esplendor. Tu mirada traspasó los muros que la irracionalidad humana impone. Y viste hombres, mujeres y niños que soñaban, como tú, por el amanecer de un día nuevo. Viste crecer el latir mudo que se convirtió de pronto en un grito de locura largamente callado. Y que llenó el mural de la historia de sangre inocente, derramada por el sueño de la paz y la justicia. Fuiste caminante que hace camino sin saber por qué y a dónde, siguiendo el mandato invisible que el alma impone a quienes saben escucharla. Fue ella la que vio a través de tus ojos, siguiendo el acorde de la vibración de tu música acompasada con la melodía de la vida. Begoña R. J.
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Hay que aprender a vivir A veces parece que la vida se detiene, pero no es cierto. Somos nosotros que descansamos al borde, en la ribera del río para contemplar cómo discurre el cauce. Podemos nadar y guardar la ropa, con la esperanza de que siga allí a nuestro regreso. O también podemos zambullirnos en el agua y mojarnos hasta los tuétanos. Recuerdo tu cara triste los domingos por la mañana, cuando nos obligaban a levantarnos muy temprano para la misa de 11. Las mujeres con el velo cubriendo parte del rostro, los hombres cabizbajos, los niños jugando a ponerse serios, las manos por delante del cuerpo, bien aseados y repeinados. En aquellos días de invierno, en los que la lluvia repiqueteaba en las ventanas, convirtiendo las tardes de invierno en una noche interminable, te recuerdo aún niña, pidiendo a la abuela que contara una de sus historias. Ella siempre tenía algo que contar, y te sentías segura envuelta en el manto de sus palabras. La abuela había tenido una
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           Visita      Esta noche, de nuevo han venido a visitarme mis fantasmas. Vienen desnudos, descalzos,  sin nada que echarse a la boca. Vienen hambrientos de pan y sedientos de vino. Vienen y no quieren irse y doblan su angustia y la dejan plegada encima de una silla. Ahí estás tú, en esa silla mirándome, has venido a preguntarme si te he encontrado. Y te respondo que no, que dónde estás. Que mis ojos no pueden verte y mi corazón no te siente. Y entonces huyes derrotado y tu sombra se difumina en la penumbra.                                       Begoña R.J.